miércoles, 17 de agosto de 2011

Hola, amigos!

Estamos en pleno rodaje de LA CASA. Como es el cierre de la trilogía que llamamos “El ciclo de la casa” se mueven distintos estados emocionales en todo el grupo.

Suelo visitar mientras ruedo (durante el rodaje estas visitas no se parecen a las de otros momentos) libros, poemas, pinturas, con la esperanza de encontrar una nota, un color, una palabra, que despierte la reflexión o el alma.

Esta noche el encuentro fue grande, y me gustaría compartirlo con ustedes.

El poema es de una inmensa poeta argentina, OLGA OROZCO, y pertenece a un libro de 1946, “DESDE LEJOS”


LA CASA

Temible y aguardada como la muerte misma
se levanta la casa.
No será necesario que llamemos con todas nuestras lágrimas.
Nada. Ni el sueño, ni siquiera la lámpara.

Porque día tras día
aquellos que vivieron en nosotros un llanto contenido hasta palidecer
han partido,
y su leve ademán ha despertado una edad sepultada,
todo el amor de las antiguas cosas a las que acaso dimos, sin saberlo,
la duración exacta de la vida.

Ellos nos llaman hoy desde su amante sombra,
reclinados en las altas ventanas
como en un despertar que sólo aguarda la señal convenida
para restituir cada mirada a su propio destino;
y a través de las ramas soñolientas el primer huésped de la memoria nos saluda;
el pájaro del amanecer que entreabre con su canto las lentísimas puertas
como a un arco del aire por el que penetramos a un clima diferente.

Ven. Vamos a recobrar ese paciente imperio de la dicha
lo mismo que a un disperso jardín que el viento recupera.
Contemplemos aún los claros aposentos,
las pálidas guirnaldas que mecieron una noche estival,
las aéreas cortinas girando todavía en el halo de la luz como las mariposas de la lejanía,
nuestra imagen fugaz
detenida por siempre en los espejos del implacable destierro,
las flores que murieron por sí solas para rememorar el fulgor inmortal de la melancolía,
y también las estatuas que despertó, sin duda a nuestro paso,
ese rumor tan dulce de la hierba;
y perfumes, colores y sonidos en que reconocemos un instante del mundo;
y allá, tan sólo el viento sedoso y envolvente
de un día sin vivir que abandonamos, dormidos sobre el aire.

Nadie pudo ver nunca la incesante morada
donde todo repite nuestros nombres más allá de la tierra.
Más nosotros sabemos que ella existe, como nosotros mismos,
por el solo deseo de volver a vivir, entre el afán del polvo y la tristeza,
aquello que quisimos.

Nosotros lo sabemos porque a través del resplandor nocturno
el porvenir se alzó como una nube del último recinto,
el oculto, el vedado,
con nuestra sombra eterna entre la sombra.

Acaso lo sabían ya nuestros corazones.

OLGA OROZCO

Hasta la próxima!

Gustavo

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Pasé, leí y me acordé de algo que dice Marguerite Duras en "Escribir".
Cito: "Estaba la casa. Me encerré en ella, también tenía miedo, claro. Y luego la amé. La casa, esta casa, se convirtió en la casa de la escritura. Mis libros salen de esta casa. También de esta luz, del jardín. De esta luz reflejada del estanque. He necesitado veinte años para escribir lo que acabo decir."

Gustavo dijo...

Qué lindo texto-regalo
¡Muchas gracias!
Gustavo

IM dijo...

Hermoso poema, saludos..