jueves, 27 de marzo de 2014

Diario de EL ROSTRO - AÑO 2010



AÑO 2010 (primera de tres partes)

7 de febrero de 2010
Hay un sueño (¿de quién?, ¿cuándo?): "Ayer soñé con mi padre. Tenía el rostro lleno de telarañas, pero no me daba miedo".
¿Hay un espacio, luz y sombra, belleza última, desde donde se derrama la muerte? Es decir un momento intermedio entre la vida y la muerte, pura presencia física de los otros, de los muertos. ¿Hay algo así como una fiesta última, quizás dolorosa, pero fiesta al fin?

20 de febrero de 2010
Dice Arnaldo  Calveyra:   "Los pasos del que pasea / se convierten en lugares. / Mientras se presenta ante / el laberinto de los años / se asoma al pozo de su cuerpo".
Un hombre regresa a su sitio natal, una isla profunda del Paraná, donde ya no queda nada, a rencontrarse con sus muertos.

6 de marzo de 2010

Hay que seguir explorando en el trabajo con archivos (profundizar el trabajo iniciado en "La orilla que se abisma"). Esos archivos deben funcionar desde la subjetividad del hombre, pero no deben instalarse en un sentido argumental, en una cronología del recuerdo, sino en relación a una continuidad expresiva, sólo descifrable desde lo anímico y lo perceptivo. Deberemos deslizarnos en el tiempo (como el río), con vaivenes, caídas, pequeños oleajes: un nuevo tiempo, pura deriva.

7 de abril de 2010
Vamos con Luis Cámara a visitar una isla: un paisaje seco, austero.
El hombre integrado al paisaje, es parte de él: el plano nos debe permitir ver esta integración.
Pienso:
¿Será posible liberar de la apariencia al suceso, pero sin olvidarse de él, sin perderlo?
¿Puede el cine intentar que no se escape la verdadera ambigüedad de los acontecimientos?   
Crudeza y poesía.
Por ahí vamos, mientras Maldonado  rema por tierras inundadas. Vamos en silencio.                                                                                                            
   
18 de mayo de 2010
Hay otros versos de  Calveyra: "¿Y la palabra cedrón, / la palabra borraja, / la palabra llovizna, / la palabra salir al campo?"
Y sigo, con su permiso: ¿Y la palabra nuestros muertos?
¿Será posible que la película sea la tierra donde germinen algunas palabras, algunos sonidos, un conjunto de acciones que se deslicen desde el fondo del tiempo?
Una forma de habitar y no otra.
¿Cuál es la música  que se desliza desde el río y los espinillos, desde los rostros y las crecientes, la luz y la intemperie?

20 de mayo de 2010
Se afirma: Un hombre vuelve a su tierra natal, isla profunda, donde ya no hay nada, a reencontrarse con sus muertos.
Pero, ¿qué significa “a reencontrarse con sus muertos” en términos audiovisuales?
Por ahora, lo único que sé es que la presencia de nuestro personaje concentra, de puro estar nomás. Y viene alguien. Y viene otro.  Y aparece un rancho donde no había nada. Y llegan más. Llegan desde lo profundo de la isla y desde el río.  Y no hay diferencias entre los cuerpos. Los vivos y los muertos.

6 de junio de 2010
(Después de una nueva visita a las islas)
Las islas están compuestas por  grandísimas extensiones de tierra, con montes de madera blanda (sauce, timbó, ingá) en la costa,  y pajonales interminables, montes de espinillos, algarrobos y talas, lagunas y esteros, tierra adentro.
Las islas son por naturaleza un espacio cargado  de cierta precariedad: las crecientes,  siempre voraces, construyen una memoria y un riesgo.  Nadie olvida las crecientes; por todos lados hay huellas. Nadie deja de temer a la creciente que puede sobrevenir.
La isla es, por ello, una imagen del antes y del  después. Y el presente es un estadio frágil entre dos dolores.
Esta conciencia imprime en sus habitantes, los  isleros,  una extraña vitalidad. Se vive el presente, el sol y la pesca, los encuentros y el vino, el fogón y los silencios, como una fiesta y una despedida al mismo tiempo.  
La isla puede ser  también la imagen de un antes y un después: un nuevo ahora.

19 de julio de 2010
Llegamos a orillas del  Paraná cerca de las 5 de la mañana. Hay viento y varios grados bajo cero.
Vamos a grabar las imágenes iniciales: el personaje se interna en el río, remando,  rumbo a la isla. Sólo eso.
Todo está dispuesto: la cámara - una bolex que elegimos especialmente-, nosotros, la bruma. Una bruma densa que parece nacer del río.
Es el momento de empezar a filmar, el fotómetro de Luis así lo indica. Pero la cámara se resiste: se congela y no permite que corra la película.
Después de un rato nos damos por vencidos. La luz ya se  ha disparado  y se llevó la atmósfera esperada. La jornada quedó arruinada.  A tratar de entrar en calor entonces y  a volver.  (¿Alguna señal?)
Estas dos fotos quedaron como  testigos:

3 de septiembre de 2010
Patricia me cuenta que  anoche soñó con su padre. Su rostro era joven, no usaba anteojos todavía, me dice.  Aunque los dos -ella por supuesto- conocíamos muy bien a ese hombre, muerto ya hace unos años, se empeña en describir los detalles: la piel blanca y lampiña, los ojos juguetones, la sonrisa pícara. En esa descripción minuciosa, entiendo,  se juega para ella un montón de otras cosas: su propio rostro -el brillo en su mirada mientras me lo cuenta es insoslayable- lo  revela.  Ese rostro, el de su padre joven, es un momento robado al tiempo,  la llave de un instante único que la contiene niña  a ella y  joven al padre. Aunque entiendo esto, hay una profunda, profundísima red de implicancias desconocidas por mí, sugeridas apenas, esbozadas en los destellos de luz en los ojos.  En el sueño el padre le dijo: Ahora que estoy solo vení a visitarme.
¿Podremos pensar el rostro -"El rostro"- como ese lugar donde se despliegan instantes robados al tiempo, en un nuevo presente, fisuras en el devenir, para un regocijo luminoso?
(Si  hay algún conocimiento que nos conduzca por ese río sólo puede estar ligado al ámbito de la intuición y lo sensible).

24 de septiembre de 2010
“Aquello que sucede en el rostro de un hombre es incluso más importante y luminoso que lo que acontece a su alrededor”
Ermanno Olmi

10 de noviembre de 2010

Mi amigo y hermano Gustavo Hennekens será el protagonista.
Su rostro, su mirada, es territorio ofrecido, siempre franco.
Pero a la vez, el rostro es una especie de abismo cargado de misterio.
Me manda unas fotos de su padre, las únicas que tiene y al que casi no conoció: un cuerpo pequenísimo en el plano general, un rostro hundido en las sombras: la presencia es siempre el testimonio de una fuga.

En breve, serán publicadas los testimonios de los años 2011 y 2012.

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